Hace 4 días llegué a Bogotá. Como siempre mis vacaciones las divido entre Pitalito y la capital, pero esta vez opté por venir a estarme 15 días en lo que se ha denominado “La Ruta de la Fantasía”.

Yo había visto la propaganda en televisión, en que el señor del aeropuerto pide el pasaporte y en la foto aparece un sapo, pero el dueño del pasaporte era un príncipe. Me pareció ingeniosísima y además divina la propaganda, sospechando que se trataba de la publicidad para algún evento especial que iba a hacer Bogotá o ser en Bogotá para la época de la Navidad.

Pero parece que no era nada y a la vez todo en especial, la idea era hacer vivir la magia de la Navidad, y hacer ver que en Bogotá esa magia sí estaba y se podía vivir, como en un cuento de hadas del que todos éramos parte.

El miércoles, cuando me dirigía hacia la casa de Giorgio a almorzar –supuestamente él iba a hacer el almuerzo y terminó cocinando La hija de Mick-, y estaba esperando el alimentador vi el siguiente letrero: “Usted no está en la ruta del bus, está en la ruta de la fantasía”, y fue ahí cuando caí en la verdadera cuenta de que estaba en Bogotá.

Aún no sé por qué razones extrañas terminé en Cali en la Univalle, y peor aún, no sé qué razones más extrañas y ocultas me impulsan a seguir en la llamada “sucursal del cielo” –supongo que por la cantidad de muertos que ahí hay-. Cali nunca ha sido de mi agrado, y ese disgusto lo hago expreso cada que puedo, para quienes me conocen, no es un misterio aquel sentimiento, pero aún así todavía sigo allí algo me mueve a quedarme –y estoy empezando a creer que es la nostalgia o lo que mi abuela llama “apego”-.

Con Bogotá es distinto, es un sentimiento de fidelidad, de amor, de pasión, de deseo y de encanto, de deslumbramiento de sueño. Bogotá me inspira, me llena y regocija aunque tampoco sé por qué me ha sido tan esquiva, desde siempre mi meta fue Bogotá, pero la vida me lanzó a Cali a lo mejor a enseñarme algo, pero Bogotá aún me rehúye, tal vez así disfruto cada vez más mis venidas, porque son eso paseo. Porque hay algo que he logrado viviendo en provincia que sé no lograré acá y es calma, tranquilidad.

La vida transcurre tan lentamente en Cali, se puede ir y volver de extremo a extremo, puedo reunirme los fines de semana con mis amigos, puedo ir a almorzar a mi casa y hasta hacer siesta, me veo con mis familiares todas las semanas, siempre entre semana puedo hacer cita de almuerzo o cena con alguien, puedo caminar en las tardes soleadas y frescas, comer hamburguesas en la 9na, más grandes y mejores que las del Corral por $5.000, conseguir minutos a celular por $100, etc.

Pero Bogotá... creo que nunca hubiera podido describir de mejor manera lo que me hace sentir el D.C; “la ruta de la fantasía”, eso es. Y aunque sé que tiene muchos detractores, y personalmente hay cosas suyas que desprecio profundamente; necesito vivir la experiencia de vivir en ella y que sea ella misma quien se encargue de acogerme o repudiarme…….por lo pronto esperaré.